Cline, Eric H. - 1177 a.C. El año en que la civilización se derrumbó

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Cline, Eric H. - 1177 a.C. El año en que la civilización se derrumbó

Notapor JuanDeLezo » 19 Feb 2017, 11:41

1177 a.C. El año en que la civilización se derrumbó

Cline, Eric H.
Título: 1177 a.C. El año en que la civilización se derrumbó
Autor: Cline, Eric H.
ISBN: 9788498929713
Año de publicación: 2016
Primera edición: 2014
Título original: 1177 B.C. The year civilization collapsed
Colección: Tiempo de historia
Recomendado por: JuanDeLezo

En el año 1177 antes de Cristo unos merodeadores de origen desconocido, los llamados 'pueblos del mar', llegaron a Egipto, tras causar destrucción y muerte por donde pasaban. Esto sucedía en el inicio de una época de colapso en que desaparecieron las grandes civilizaciones de la Edad del Bronce -egipcios, hititas, micénicos, troyanos, asirios…- en lo que Finkelnstein describe como 'uno de los más misteriosos procesos de la historia de la humanidad'. ¿Cuál fue la causa de este cataclismo? Eric H. Cline, de la Universidad George Washington, un arqueólogo que ha investigado este tema durante más de veinte años, responde que el fracaso se debió a une serie de causas conectadas entre sí: invasiones, revueltas, terremotos, y, sobre todo, la ruptura de un sistema de relaciones en un mundo que había alcanzado un notable grado de globalización. Algo que nos recuerda los riesgos que amenazan hoy a nuestro propio mundo. Cline pone al alcance del lector medio los más recientes hallazgos de la investigación en un relato realmente apasionante.

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Re: Cline, Eric H. - 1177 a.C. El año en que la civilización se derrumbó

Notapor JuanDeLezo » 19 Feb 2017, 11:47

Prefacio

La economía de Grecia es un caos. Libia, Siria y Egipto se ven asaltadas por rebeliones internas cuyas llamas avivan gentes del exterior y guerreros extranjeros. Turquía teme acabar viéndose envuelta en el conflicto, igual que Israel. Jordania está llena de refugiados. Irán es belicoso y amenazador, mientras Iraq se sume en el desorden. ¿2013 d. C.? Sí, pero la situación también estaba así en 1177 a. C., hace más de tres mil años, cuando las civilizaciones mediterráneas de la Edad del Bronce se derrumbaron, una tras otra, y cambiaron para siempre el rumbo y el futuro del mundo occidental. Fue un momento capital en la historia: un punto de inflexión del mundo antiguo.
La Edad del Bronce en el Egeo, Egipto y el Oriente Próximo duró casi dos mil años, desde aproximadamente 3000 a. C. hasta poco después de 1200 a. C. Cuando llegó el final, según se dio después de siglos de evolución cultural y tecnológica, la mayor parte del mundo civilizado e internacional de las regiones mediterráneas sufrió un parón espectacular en una extensa área que iba desde Grecia e Italia, en Occidente, hasta Egipto, Canaán y Mesopotamia, en Oriente. Grandes imperios y pequeños reinos que habían tardado siglos en formarse se desmoronaron con celeridad. Con su fin llegó un período de transición, que los estudiosos calificaron, durante un tiempo, de primera «Edad Oscura» del mundo. Hasta varios siglos más tarde no apareció en Grecia y las otras zonas afectadas un nuevo renacimiento cultural, que preparó el escenario para el desarrollo de la sociedad occidental tal y como la conocemos hoy.
Aunque este libro se ocupa principalmente del derrumbe de las civilizaciones de la Edad del Bronce y de los factores que, hace más de tres milenios, provocaron ese desmoronamiento, también puede ofrecer lecciones importantes para nuestras sociedades actuales, globalizadas y transnacionales. Quizá algunos den por sentado que no cabe establecer ninguna comparación válida entre el mundo de la Edad del Bronce tardía y nuestra cultura actual, de matriz tecnológica. Sin embargo, existen tantas similitudes entre ambos mundos —incluidas las embajadas diplomáticas y los embargos comerciales por causas económicas; los secuestros y rescates; los asesinatos y regicidios; matrimonios espléndidos y divorcios desagradables; intrigas internacionales y desinformación militar deliberada; la sequía y el cambio climático; e incluso uno o dos naufragios— que mirar más de cerca los acontecimientos, pueblos y lugares de una era que existió hace más de tres milenios es más que un mero ejercicio académico de estudio de la historia antigua. En la economía global de hoy día, y en un mundo recientemente sacudido por terremotos y tsunamis en Japón y las revoluciones democráticas de la «primavera árabe» en Egipto, Túnez, Libia, Siria y el Yemen, las fortunas e inversiones de Estados Unidos y Europa están inextricablemente ligadas en el seno de un sistema internacional que también implica a Asia oriental y a las naciones productoras de petróleo en el Oriente Medio. Por tanto, puede ser muy provechoso examinar los vestigios que nos han quedado de unas civilizaciones similarmente vinculadas que se derrumbaron hace más de tres mil años.
Hablar de «derrumbes» y comparar el ascenso y la caída de los imperios no es una idea nueva; los estudiosos llevan haciéndolo desde, por lo menos, hacia 1700, cuando Edward Gibbon escribió sobre la caída del Imperio Romano. Un ejemplo más reciente es un libro de Jared Diamond: Collapse. Pese a todo, estos autores estudiaron cómo un único imperio o una sola civilización llegaron a su fin: los romanos, los mayas, los mongoles, etc. Aquí, en cambio, estamos pensando en un sistema mundial y globalizado con múltiples civilizaciones que interactúan y dependen (al menos en parte) unas de otras. En la historia solo ha habido unos pocos ejemplos de sistemas mundiales tan globalizados. El que existió durante la Edad del Bronce tardía y el que hoy tenemos son dos de los ejemplos más obvios y, en ocasiones, los paralelos —comparaciones quizá sea un término más acertado— son fascinantes.
Por poner tan solo un ejemplo, en fecha reciente la profesora británica Carol Bell ha señalado que «probablemente, la importancia estratégica del estaño en la Edad del Bronce tardía... no era tan distinta de la del petróleo hoy en día». En aquella época, solamente se podían obtener grandes cantidades de estaño en minas concretas de la región afgana del Badajshán, y había que traerlo por vía terrestre hasta los emplazamientos de Mesopotamia (hoy Iraq) y el norte de Siria, desde donde lo distribuían a lugares situados más al norte, al sur o al oeste, o continuaban camino por mar hacia el Egeo. Bell prosigue: «Disponer del estaño suficiente para fabricar... armas de bronce de calidad tuvo que inquietar al gran rey de Hattusa y el faraón de Tebas ¡del mismo modo en que abastecer de gasolina, a un precio razonable, a los conductores de todoterrenos de Estados Unidos preocupa hoy al presidente del país!».
La arqueóloga Susan Sherratt, que estuvo en el Ashmolean Museum de Oxford y hoy enseña en la Universidad de Sheffield, empezó a apuntar esta comparación hace una década. Señaló que hay varias «analogías verdaderamente útiles» entre el mundo de 1200 a. C. y el de hoy, incluido el aumento de la fragmentación política, social y económica, además de la existencia de un intercambio directo «en niveles sociales sin precedentes y a distancias sin precedentes». Especialmente destacable es su comentario de que, a finales de la Edad del Bronce tardía, la situación era comparable a nuestra propia «economía y cultura global, cada vez más homogénea pero incontrolable, en la que... las incertidumbres políticas de una zona del mundo pueden afectar de forma extrema a las economías de regiones situadas a miles de kilómetros de distancia».
En cierta ocasión, el historiador Fernand Braudel dijo: «La historia de la Edad del Bronce podría escribirse fácilmente como una obra teatral: está llena de invasiones, guerras, saqueos, desastres políticos y hundimientos económicos duraderos, “los primeros enfrentamientos entre pueblos”». También sugirió que la historia de la Edad del Bronce puede escribirse «no solo como una saga de drama y violencia, sino como un relato de contactos más benignos: comerciales, diplomáticos (incluso en ese período) y, sobre todo, culturales». La sugerencia de Braudel se ha tomado muy en serio y, por lo tanto, yo presento hoy aquí el relato (o mejor, los relatos) de la Edad del Bronce tardía como un drama en cuatro actos, con la estructura narrativa y los flashbacks necesarios para dar el contexto adecuado en el que introducir a los personajes principales, según aparecieron en el escenario del mundo y se fueron marchando: desde el hitita Tudhaliya y el mitanio Tushratta, hasta Amenofis III de Egipto y Assur-uballit de Asiria (al final del libro hay un apéndice de «Dramatis Personæ», para quienes deseen retener mejor los nombres y fechas).
Ahora bien, nuestra narración tendrá también rasgos detectivescos, con giros y cambios, pistas falsas y claves de importancia. Citando a Hércules Poirot, el legendario detective belga creado por Agatha Christie, que estuvo casada con un arqueólogo, tendremos que utilizar nuestras «pequeñas células grises» para entretejer los distintos hilos al final de la crónica, cuando intentemos responder a la pregunta de por qué un sistema internacional estable se hundió de repente, tras varios siglos de florecimiento.
Además, para comprender realmente qué se hundió en 1177 a. C. y por qué se trata de un momento tan decisivo en la historia antigua, debemos empezar antes, igual que, para comprender verdaderamente los orígenes del mundo globalizado de hoy día, podríamos remontarnos al siglo XVIII d. C. y empezar con la cumbre de la Ilustración, la Revolución Industrial y la fundación de Estados Unidos. Aunque mi interés se centra principalmente en examinar las posibles causas del hundimiento de las civilizaciones de la Edad del Bronce en esta zona, también me ocuparé de las cuestiones de qué perdió el mundo en este momento fundamental, cuando los imperios y reinos del segundo milenio a. C. empezaron a venirse abajo, y de hasta qué punto en esta parte del mundo la civilización retrocedió (en algunos lugares, durante siglos) y se alteró de forma irrevocable. La magnitud de la catástrofe fue enorme: fue una pérdida tan colosal que el mundo no volvería a ver otra parecida hasta la caída del Imperio Romano, más de quince siglos después.
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