por Silicon » 16 Sep 2014, 15:47
“Los reyes de las estrellas” fue uno de los últimos grandes títulos de la space opera pulp (por entonces, Wilson Tucker ya se había inventado ese término, en su origen peyorativo, para denostarla). La novela copia sin rubor a diestro y siniestro, para contarnos la historia de John Gordon, un terrestre (veterano de guerra) que cierta noche recibe la asombrosa oferta de intercambiar transtitoriamente su mente con Zarth Arn, príncipe de la Galaxia Media, al mayor imperio interrestelar en una Vía Láctea doscientos mil años en el futuro.
Las cosas, por supuesto, no salen como estaban planeadas. Casi apenas llegado, Gordon (o Zarth) sufre un intento de secuestro que le cuesta la vida al científico que es el único conocedor de la situación, es conducido a Throon, la capital en la lejana Canopus, es informado de la inminente guerra con la Liga de las Sombras (una poco disimulada Unión Soviética) y, acto seguido, de su boda de estado con la reina Lianna. Así pues, ignorante de casi todo, John Gordon se ve obligado a interpretar el papel del príncipe en medio de una crisis monumental… con la dificultad añadida de que se enamora de Lianna, complicando sobremanera lo que tan sólo tenía que ser un matrimonio político.
De complot en complot, va saltando entre los distintos mundos, ora invitado de unos, ora prisionero de otros, tratando de mantener viva la impostura y guardian (o eso creen los demás) del secreto del disruptor, un arma terrible sobre la que por siglos ha fundamentado su hegemonía la Galaxia Media. Naves sombra, pistolas atómicas, monstruos alienígenas gelatinosos (lo más creativo del libro), registradores cerebrales, estéreo-comunicadores y demás parafernalia futurista dan un toque exótico a lo que no pasa de intriga palaciega, estructurada siguiendo el modelo de “El prisionero de Zenda” (Anthony Hope, 1894; con algún toquecito de “Príncipe y Mendigo” de Mark Twain, 1881).
“Los reyes de las estrellas” fue una obra que nació ya desfasada, con incongruencias tan llamativas como el que utilice puntos cardinales para denotar ubicaciones en el espacio ( “al este de Deneb”, por ejemplo). Pero como el buen Pulp, cuenta con un ritmo que no decae un instante y que invita a desconectar el cerebro.