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Himes, Chester B. - Sepulturero Jones y Ataúd Johnson 7 - Algodón en Harlem

NotaPublicado: 23 Nov 2016, 09:16
por JuanDeLezo
(AUDIO)


Saga: Sepulturero Jones y Ataúd Johnson - 7
Título: Algodón en Harlem
Autor: Himes, Chester B.
UUID: e8bacb28-4613-4d20-b501-8e41ca9258ac
Año de publicación: 2012
Primera edición: 1965
Título original: Cotton comes to Harlem
Colección: Serie negra, 221
Tamaño: 38878Kb.
Recomendado por: JuanDeLezo
Una esperanza, decididamente mesiánica recorre Harlem: ¡por mil modestos dólares, todo negro que lo desee puede regresar al África de sus antepasados! El reverendo O'Malley es el promotor; su santidad y elocuencia le han permitido reunir ochenta y siete buenos negros, de los de a mil dólares. Pero sus sueños nuevamente serán rotos por los blancos; unos atracadores se llevan los 87.000 dólares, los esconden en una bala de algodón (nada más lógico)… y pierden ésta. El algodón seguirá su curso azaroso, arrastrado por las corrientes de ese turbulento océano que es Harlem. Pero de cerca lo siguen el reverendo O'Malley, dispuesto a recuperar lo que es suyo; los atracadores, empeñados en recobrar el botín… y los feroces detectives Sepulturero Jones y Ataúd Johnson, que, sólo ellos, están decididos a rescatar lo que sin duda es toda la fortuna de ochenta y siete ilusionados conciudadanos.
Con tintes de novela negra de la vieja escuela, esta aclamada obra de Chester Himes está trenzada con hebras de acción, intriga y sarcasmo a partes iguales.



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Re: Himes, Chester B. - Sepulturero Jones y Ataúd Johnson 7 - Algodón en Harlem

NotaPublicado: 23 Nov 2016, 09:18
por JuanDeLezo
La voz procedente de los altavoces del camión estaba diciendo:
—A cada familia, por numerosa o reducida que sea, se le pedirá que aporte mil dólares. Con ello, tendrá derecho a transporte gratis, dos hectáreas de tierra fértil en África, una mula, un arado y toda la semilla que necesite completamente gratis. Las vacas, cerdos y gallinas se pagarán aparte, pero a precios mínimos. No queremos hacer negocio.
Un mar de rostros negros, embelesados y atentos, se agitaba frente a la larga mesa del locutor.
—¿No es maravilloso, cariño? —dijo una voluminosa mujer negra de ilusionados ojos—. Vamos a volver a África.
Su alto y enjuto marido movió la cabeza con reverente temor:
—Después de cuatrocientos años...
—Llevo más de treinta cocinando para los blancos. Señor, ¿puede ser esto cierto?
La voz de la encorvada anciana que había hablado denotaba cierta duda.
El afable locutor, en cuyos ojos se reflejaba una gran honradez, la oyó.
—¡Claro que es cierto! —dijo—. Adelántese, denos los datos, deposite sus mil dólares y tendrá una plaza en el primer barco que salga.
Un mal encarado viejo de cabello blanco se adelantó para rellenar uno de los formularios y depositar sus mil dólares. Como para sí mismo, dijo:
—No cabe duda de que este momento ha tardado en llegar.
Las dos bonitas muchachas negras que tomaban las inscripciones levantaron la mirada y sonrieron deslumbradoramente.
—Acuérdese de lo que les costó a los judíos salir de Egipto —dijo una.
—La mano de Dios es lenta, pero segura —concluyó la otra.
En la vida de todos los negros reunidos allí, aquella era una gran noche. Al fin, después de meses de vehementes denuncias de la injusticia e hipocresía de los blancos, pregonadas desde el púlpito de su iglesia; tras meses de elogiar la sagrada tierra de África, el reverendo Deke O’Malley estaba pasando de la palabra a la acción. Aquella noche estaba iniciando la lista de gente que, en sus tres barcos, regresaría a África. Tras la mesa del locutor, en enormes carteles pintados a mano, se veían las imágenes de las naves que, en apariencia, eran del tamaño y diseño del «Queen Elizabeth». Ante ellos y la mesa se encontraba el reverendo O’Malley, alto y esbelto, vestido con un oscuro traje veraniego de hilo. De su atractivo rostro emanaba una benigna autoridad; y allí, rodeado de sus secretarias y los dos jóvenes ocupados en atender a los solicitantes, no podía por menos de inspirar una absoluta confianza.

… Y es que se estilaba mucho por aquellos años la idea de volver donde sus estaban sus raíces. Dudo que hoy en día la gente de Harlem esté por la labor de irse para allá visto como están las cosas. Pero en aquellos años donde la información brillaba tanto como la honradez de un político hoy en día, la idea de dejar atrás al blanco explotador y gobernarse a sí mismos donde descansaban sus ancestros atraía el interés de muchos incautos. En el libro aparecen dos asociaciones de este tipo e incluso una que ¡pretende llevárselos al sur a recolectar algodón! Y a todo esto la vida sigue su curso normal en Harlem…

—¿Qué diablos pasa hoy? Sólo son las diez de la noche y, a juzgar por los informes, llevamos todo el día igual. —Hojeó los papeles que tenía sobre la mesa y fue leyendo los cargos—: Hombre mata a su mujer con un hacha por haberle quemado la chuleta de cerdo del desayuno... Hombre mata a otro de un balazo al explicarle un reciente tiroteo que había presenciado... Hombre apuñala a otro por derramar cerveza sobre su traje nuevo... Hombre se mata a sí mismo en un bar jugando a la ruleta rusa con un revólver calibre 32... Mujer da catorce puñaladas en el estómago a un hombre, sin causa aparente... Mujer escalda a una vecina con una olla de agua hirviendo por haber hablado con su marido... Hombre detenido por amenazar con hacer saltar por los aires un tren subterráneo porque se equivocó al apearse de estación y no pudo conseguir que le devolvieran el importe del billete...
—Todos ellos, ciudadanos de color —interrumpió Coffin Ed. Anderson ignoró el comentario, y prosiguió:
—Hombre ve a desconocido llevando su propio traje nuevo y le degüella con una navaja. Hombre vestido de indio cheroke abre la cabeza de un tabernero blanco con un tomahawk hecho en casa... Hombre arrestado en la Séptima Avenida por cazar gatos con escopeta de dos cañones y un perro... Veinticinco hombres detenidos por tratar de echar de Harlem a todos los blancos...