por JuanDeLezo » 29 Nov 2016, 22:57
Una característica peculiar de las Memorias Flashman, las memorias del famoso bravucón de Los días escolares de Tom Brown, que fueron descubiertas en una sala de ventas de Leicestershire en 1966, es que su autor las escribió en entregas independientes, describiendo su trasfondo y el escenario de nuevo cada vez. Esto ha sido de gran ayuda para mí a la hora de editar las Memorias, tal como me confió el señor Paget Morrison de Durban, el pariente legítimo más cercano de Flashman; ello ha significado que al abrir cada nueva entrega de manuscritos podía esperar que el contenido fuera un libro completo que se explicase por sí mismo, necesitando sólo un breve prefacio y unas notas a pie de página. Seis volúmenes han seguido esta misma norma.
El séptimo volumen, sin embargo, era una excepción: sigue cronológicamente (minuto a minuto) a la tercera entrega, con el único brevísimo preámbulo de su anciano autor. Por lo tanto, he considerado necesario añadir un breve resumen de esa tercera entrega a continuación de esta nota, para que los lectores que se incorporan ahora puedan comprender los acontecimientos que condujeron a la séptima aventura de Flashman.
Es obvio, a partir de las presentes entregas, que Flashman, en los intervalos de su distinguido y escandaloso servicio en el Ejército británico, visitó América más de una vez; este séptimo volumen explica su odisea en el Oeste americano. Creo que es única. Otros pueden haber tomado parte tanto en la fiebre del oro del 49 como en la batalla de Little Big Horn, pero no han dejado recuerdos de ambos acontecimientos, ni tampoco tuvieron la muy cercana, aun a regañadientes, relación que tuvo Flashman con tres de los más famosos jefes indios, así como de grandes soldados dirigentes americanos, hombres de la frontera y estadistas de su época, de los cuales ha dejado vívidos y, quizá, reveladores retratos.
Al igual que en las entregas precedentes, creo que su autenticidad está fuera de toda duda. Como sabrán muy bien los estudiosos de estas obras, su carácter personal era deplorable, su conducta licenciosa y su talento para el engaño aparentemente inagotable; en realidad, la única característica que le redime es su desvergonzada veracidad como memorialista. Como espero que muestren los apéndices y notas al pie, me he tomado toda clase de molestias para comprobar la certeza de sus aseveraciones, cuando ha sido posible, y le debo inmensa gratitud a bibliotecarios, guardianes y muchos miembros del gran y amable pueblo americano en Santa Fe, Alburquerque, Mineapolis, fuerte Laramie, el campo de batalla de Custer, ríos Yellowstone y Arkansas y el fuerte Bent.
G. M. F.
La gratitud en silencio no sirve a nadie. A ver si participamos más.