Ciudad de Dios Lins, Paulo |
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Título: Ciudad de Dios Autor: Lins, Paulo ISBN: 9788483102350 Primera edición: 2003 Título original: Cidade de Deus Colección: Andanzas, 508 Recomendado por: JuanDeLezo Calificación: 7,84 Popularidad: 1333 votos |
Ciudad de Dios, una de las favelas más conflictivas de Río de Janeiro, se consolidó, bajo los auspicios del Estado, en los años sesenta. En esa época arrancan las tres historias que componen esta novela, las protagonizadas por Inferninho, Pardalzinho y Zé Miúdo, entonces apenas unos niños. A lo largo de veinte años, sus vidas desgarradas, inmersas en la violencia cotidiana, marcaron un hito en el mosaico miserable y abigarrado de la favela. Porque en Ciudad de Dios, donde todo se sucede a un ritmo trepidante, se juega al fútbol y a las canicas con una pistola en el bolsillo, y las diversiones infantiles se alternan con la rutina del atraco, el asesinato y la sangrienta guerra entre bandas de traficantes. Lo único que impera es la ley de la supervivencia y de la venganza; el único lenguaje ante el que todos responden, el de las balas. Como freno a este crudo universo marginal no hay sino una policía corrupta, y como último resquicio para la esperanza, la historia de Busca-Pé, un chico apasionado por la fotografía que, sin caer en la criminalidad, trata de abrirse camino y escapar al cruel destino que les aguarda en Ciudad de Dios. |
Ciudad de Dios prestó su voz a los fantasmas de los caserones abandonados, provocó que escasearan la fauna y la flora, dio un nuevo trazado a Portugal Pequeño y nuevos nombres al pantano: Allá Arriba, Allá Enfrente, Allá Abajo, el Otro Lado del Río y Los Apês.
Aún hoy, el cielo llena de azul y de estrellas al mundo, los árboles verdean la tierra, las nubes blanquean las vistas y el hombre aporta su granito de arena enrojeciendo el río. Surgió la favela, la neofavela de cemento, formada de vías-bocas y siniestros-silencios, con gritos-desesperos en el correr de las callejuelas y en la indecisión de las encrucijadas.
Los nuevos habitantes acarrearon consigo basura, botes, perros vagabundos, echús y pombagiras como guías intocables, días para ir a batallar, antiguas cuentas que ajustar, vestigios rabiosos de tiros, noches para velar cadáveres, charcos dejados por las crecidas, tendejones, mercadillos de martes y domingos, lombrices viejas en intestinos infantiles, revólveres, orichas enroscados en cuellos, pollos ofrecidos a los dioses, samba de enredo y sincopada, juego del bicho, hambre, traición, muertes, Jesucristos en murgas agotadoras, baión febril para bailar, lamparilla de aceite para iluminar al santo, hornillos, pobreza para querer enriquecerse, ojos para nunca ver ni decir, y pecho para encarar la vida, despistar a la muerte, rejuvenecer la rabia, ensangrentar destinos, hacer la guerra y ser tatuado. Llevaron tirachinas, revistas Séptimo Cielo, trapos para fregar el suelo, vientres abiertos, dientes cariados, catacumbas incrustadas en los cerebros, cementerios clandestinos, pescaderos, panaderos, misa de difuntos, palo para matar a la serpiente y luego mostrarlo, la percepción del hecho antes del acto, gonorreas mal curadas, piernas para esperar el autobús, manos para el trabajo pesado, lápices para los colegios públicos, valor para doblar la esquina y suerte para los juegos de azar. Llevaron además cometas, lomos para las porras de los policías, monedas para jugar a los chinos y fuerza para intentar vivir. Y también el amor para dignificar la muerte y acallar las horas mudas.
Durante una semana, se produjeron diariamente entre treinta y cincuenta mudanzas de la gente que llevaba en el rostro y en los muebles las marcas de las crecidas. Estuvieron alojados en el estadio de fútbol Mario Filho y venían en camiones del Estado cantando:
Ciudad maravillosa,
llena de encantos mil...
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