por JuanDeLezo » 24 Mar 2015, 13:19
Bienvenidos al baile de esta noche. La orquesta ya ha empezado a tocar y todos saltan a la pista para contonearse al ritmo de la música, de ese jazz cálido y sensual que flota en el ambiente como un perfume cuya fragancia indujera al pecado. La canción resulta conocida para los habitantes de Harlem, el gueto negro por antonomasia de la Nueva York del siglo pasado. El «renacimiento» artístico que llenara Harlem de músicos, escritores y otros artistas negros treinta años antes queda muy lejano para los «harlemitas» de los años cincuenta, y ya sólo en el recuerdo de aquella época célebre y en la penumbra neblinosa de los clubes pueden encontrar el solaz de la nostalgia. Sin embargo, en las calles ruidosas, en las casas ruinosas, la realidad les abofetea de forma insistente hasta hacerles despertar de su ensoñación. Pero una y otra vez, cada noche, tratan de embriagarse de música, alcohol o placeres más carnales, para escapar, aunque sólo sea por un instante, de la cárcel sin barrotes que América, la supuesta tierra de las oportunidades, ha construido para ellos.
Harlem baila cada noche en el ciclo homónimo de novelas negras de Chester Himes. Pero siempre se trata de un baile de máscaras, donde nada ni nadie es lo que parece, donde todos ocultan la verdad; un baile al que los blancos nunca están invitados, pero al cual insisten en acudir, en busca del exotismo de lo prohibido. Y cuando eso ocurre, inevitablemente, surgen los problemas.
Grave Digger (Sepulturero) Jones y Coffin Ed (Ataúd) Johnson son los protagonistas de este Ciclo de Harlem, dos detectives negros en un Departamento de Policía blanco que no entiende ni quiere entender qué ocurre dentro de los invisibles límites del barrio. Pero cuando un hombre blanco muere en el barrio, el deber llama, y la Policía irrumpe para detener al asesino. Sin embargo, en el laberinto de asfalto y ladrillo que sirve de escenario a este baile de máscaras de ébano, Grave Digger y Coffin Ed son los únicos capaces de encontrarlo. Armados con sus niqueladas y legendarias Colts, montados en su abollado sedán negro, recorrerán las calles de Harlem palmo a palmo, visitando clubes de jazz, burdeles y casas de juego clandestinas, abriéndose camino a golpes si es necesario, hasta desenmascararlo.
Sepulturero y Ataúd son una suerte de mediadores entre el Harlem de ficción de Himes y el resto del mundo. No sólo para los lectores, para quienes ejercen de guías, sino también para los propios personajes. El hombre blanco es incapaz de entender cómo piensan y actúan los habitantes de Harlem, que tienen su propio lenguaje, su propia cultura y su propia justicia, impartida generalmente mediante la navaja y la pistola; es incapaz de ver a través de las máscaras con las que se ocultan y protegen. Grave Digger y Coffin Ed no sólo entienden ese lenguaje, sino que también saben cómo piensan, huelen sus mentiras y sus penetrantes miradas son capaces de traspasar cualquier máscara. No tienen además remordimiento alguno en utilizar la fuerza para extraer la verdad; como dice el teniente Anderson, superior directo de ambos detectives en la novela: «Tienes que ser duro para ser un policía de color en Harlem. Lamentablemente, la gente de color no respeta a los policías de color a menos que sean duros». Por todo esto, Grave Digger y Coffin Ed tienen un estatus legendario entre los harlemitas. Todos los conocen y saben de lo que son capaces. Son «los jefes». Y sus potentes revólveres, capaces de matar una roca y después enterrarla, son casi tan legendarias como ellos mismos.
La banda de los Musulmanes es la segunda novela del ciclo después de Por amor a Imabelle, en la que Chester Himes presenta a su pareja de detectives y desfigura a uno de ellos haciendo que un estafador le tire un vaso de ácido a la cara. Quién le iba a decir a él, tras sus constantes esfuerzos por que América le aceptara primero como un escritor negro, luego como un autor de literatura «seria», que la fama le llegaría escribiendo novelas pulp de detectives en Francia, adonde emigró en 1953 en un intento de escapar del racismo asfixiante de su país de origen.
La gratitud en silencio no sirve a nadie. A ver si participamos más.