Bartol, Vladimir - Alamut

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Bartol, Vladimir - Alamut

Notapor JuanDeLezo » 21 Jun 2021, 09:09

Alamut

Bartol, Vladimir
Título: Alamut
Autor: Bartol, Vladimir
ISBN: 9788435005753
Año de publicación: 1992
Primera edición: 1938
Colección: Narrativas históricas Edhasa
Nº de páginas: : 710
Recomendado por: JuanDeLezo
Calificación: Imagen 8,62
Popularidad: 9655 votos

En la ciudadela de Alamut, un inexpugnable nido de águilas en las montañas del norte de Persia, Hassan Ibn Sabbah se dispone a derribar el imperio otomano con apenas un puñado de guerreros de la secta de los hashashins (término que dio origen a la palabra asesino). Utiliza para ello un método tan inhumano como infalible: la ilusión del paraíso. Embriagados de vino y hachís, en la creencia de que han sido premiados con una visita al jardín de Alá, los jóvenes guerreros pierden el miedo a la muerte.

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Re: Bartol, Vladimir - Alamut

Notapor JuanDeLezo » 21 Jun 2021, 09:16

La novela del totalitarismo

por
Kenizé Mourad

Este libro es como una muñeca rusa. Dentro de un primer envoltorio aparece otra muñeca, luego otra y otra más... Con los colores de un cuento oriental colmado de jovencitas, de fuentes y de rosas, bajo la apariencia de una notable reconstitución histórica de la vida de Hassan Ibn Sabbah, fundador de la secta de los «hashashins» —de donde proviene la palabra asesino—, surgida en el Irán musulmán del siglo XI, en realidad se trata de un viaje iniciático. Cuando crees haber llegado, haber comprendido, te das cuenta de que no es más que una etapa, que hay que seguir andando, cada vez más lejos, y que la búsqueda no tiene fin.
Sin embargo, dan ganas de detenerse en la fascinante epopeya del «Viejo de la montaña», este Hassan Ibn Sabbah que había fundado su poder en el adoctrinamiento político-religioso y en sus «fedayin», comandos suicidas que lo obedecen ciegamente.
Escrito en 1938, el libro nos parece en efecto profético. Pero si la actualidad concentra hoy sus focos en los excesos de cierto ayatola, también iraní, habría que ser intelectualmente miope y no comprender nada de la obra de Vladimir Bartol para creer que el fundamentalismo islámico es el blanco de su ataque. Y ello por la sencilla razón de que en esa época los fanatismos religiosos estaban poco exacerbados. El problema era en cambio el de los fanatismos políticos, generadores de dictaduras.
En vísperas de la guerra, Bartol vive cerca de Trieste, ciudad en la que los todopoderosos fascistas italianos se miden con los estalinistas... Filósofo y erudito, Bartol rechaza todos los totalitarismos, tanto de derecha como de izquierda, pero en ese clima de intolerancia política no podrá hacerles frente de manera directa. Tendrá que disfrazar su narración, y para ello deberá situarla en un Oriente medieval. Más tarde admitirá que, con los rasgos de Ibn Sabbah, era a Stalin, a Hitler, a Mussolini a quienes quería evocar, para trazar así el retrato del dictador de los tiempos modernos. Y éste es un dictador mucho más temible que el de antaño, porque si bien ya no hay esclavos, hay otro tipo de yugo, más terrible e insidioso: el yugo aceptado, que pasa por conocimiento y libertad.
Vladimir Bartol nos describe a los «fedayin» del «Viejo de la montaña», jóvenes idealistas que sólo sueñan con sacrificar sus vidas por «La Causa». Ciegos y sordos a todo lo que no es su creencia, son instrumentos dóciles en manos del amo. Exactamente como lo fueron las juventudes hitlerianas o estalinianas, o las falanges de Mussolini. Y como lo son hoy en día los extremistas de cualquier calaña que se matan recíprocamente agitando la bandera de la Virgen, de Mahoma, de Krishna o de Baader-Meinhof —por no mencionar a las sectas, cada vez más numerosas, maestras consumadas en el arte de la manipulación psicológica.
En este fin del siglo XX podemos comprobar que la intolerancia es lo que está mejor repartido en el mundo. Hasta quienes se jactan de ser intelectuales parecen haber olvidado el gran principio que enunciara Spinoza: «No se trata de juzgar, se trata de comprender». Lo único que ha cambiado son los conformismos, y pocos son quienes se atreven a oponerse a las modas. Quizás ello se deba a que, en los países occidentales, la mayor parte de los intelectuales están integrados en el establishment, y no tienen ninguna urgencia en cortar la rama sobre la que se han posado.
Situación peligrosa, porque, como lo muestra Vladimir Bartol, el totalitarismo nace y se nutre de la cobardía de una sociedad. Desde luego, la mayoría siempre ha preferido la tranquilidad a la verdad, y su interés personal a la justicia. Amigos, si los muros de contención, que deberían ser los intelectuales, claudican, la puerta queda abierta a todos los extremismos.
¿Libro moral? No, por cierto, aunque su autor pertenezca al linaje de los grandes moralistas. Porque el principio fundamental en el que se basa la secta de los «hashashins» es la conclusión a la que llegó Hassan Ibn Sabbah, ese héroe sombrío que Bartol termina por hacernos entrañable. «Nada es verdad, todo está permitido». Éste es el vacío que transmitirá a sus discípulos más cercanos, aquellos que considera lo bastante fuertes como para soportar el escepticismo absoluto a partir del cual todo es posible —desde el sonriente hedonismo a un Omar Kayyam, el poeta amigo de Ibn Sabbah que pasó su vida bebiendo y celebrando el amor, hasta las más aterradoras construcciones del instinto de poder, como esa secta de asesinos.
Pero ni siquiera esta certidumbre es absoluta, eso sería demasiado fácil... y Bartol es demasiado fino como para dejarnos en esta verdad paradójica: «nada es verdad».
Así es que el «Viejo de la montaña» se retirará a su torre de marfil para «quedarse con sus últimos pensamientos». No sin antes enviar a su discípulo favorito a recorrer el mundo en búsqueda (¿loca?) de una verdad...
La última muñeca de este cuento filosófico es que lo importante es rehusar toda certidumbre. Pero es claro, no hay una última muñeca.


París, marzo de 1989
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