por JuanDeLezo » 29 Ago 2016, 21:29
Si Jehová, Alá, Aura Mazda y Marduk se reencarnaran en un grupo musical se llamarían "Pink Floyd 2". Ahí es ná.
¿Quién me iba a decir a mí que el batería del grupo de rock más genial que se ha conocido iba a escribir un libro tan genial? Pues sí señor, ha escrito un magnífico libro con un estilo que ronda el de Tom Sharp y el mío propio, jojojo.
Si te gusta Pink Floyd no te pierdas lo que Mason nos cuenta… y si no te gusta Pink Floyd tampoco te pierdas la cantidad de anécdotas divertidas y chismes de los grupos que frecuentaban el mundo del Abbey Road para delicia de nuestros oídos y faro musical del mundo entero.
Pongo un unos ejemplos de la prosa masoniana de Mason:
Antes de nuestra reunión para el Live 8, Roger ya había colaborado de manera particular en este libro. Hacia el final de su gestación, después de que él hubiera acabado de leer el manuscrito, nos reunimos en un hotel de Londres para hablar de sus comentarios. Pasó muchos apuros al hacer las correcciones y cuestionar algunas de mis interpretaciones y énfasis. Estas observaciones las marcó en color verde; mientras le echaba una ojeada a las páginas, yo me alarmé en alguna ocasión al ver párrafos en los que el color verde campaba a sus anchas. En una página, sencillamente, Roger garabateó «chorradas» a lo largo de todo el texto. Sin embargo, después de la sesión que pasamos con el libro, aún nos sentíamos lo suficientemente sociables como para irnos a comer de manera cordial con mi mujer, Nettie, y la novia de Roger, Laurie. Resultó que, en el restaurante, nos encontramos a Gerry Scarfe, quien sigilosamente se acercó a Roger por detrás y le puso las manos en los hombros... Oh, no, otra vez no.
David debe frecuentar la misma papelería que Roger, ya que también marcó sus comentarios con un rotulador verde, y también se dedicó con esmero a hacer anotaciones. En el caso de David, aprecié especialmente sus comentarios, ya que sé que siempre ha tenido reservas por si alguno de nosotros intentaba escribir una historia del grupo, dado que ninguno ha estado presente en cada momento decisivo o creativo de cada episodio, por lo que nunca podrá hacerse una historia definitiva. Yo lo he hecho lo mejor que he sabido para captar la esencia de cada etapa, y aunque he intentado ser imparcial, sé que la mayoría de los momentos están inevitablemente coloreados por mis propias sensaciones de alegría, tristeza o cansancio.
Roger Waters no se dignó a hablarme hasta después de haber pasado seis meses juntos estudiando en la facultad. Una tarde, mientras intentaba acallar el murmullo de cuarenta compañeros estudiantes de arquitectura para así poder concentrarme en el dibujo técnico que tenía ante mí, la larga e inconfundible sombra de Roger se cernió sobre mi mesa de dibujo. Aunque me había ignorado deliberadamente hasta ese momento, Roger finalmente había reconocido en mí un espíritu musical afín atrapado en un cuerpo de arquitecto en ciernes. Los caminos desventurados de Virgo y Acuario habían dictado nuestro destino, y obligaban a Roger a buscar una manera de unir nuestras mentes en una gran aventura creativa.
No, no, no. Mi memoria me juega malas pasadas. La única razón por la que Roger se había molestado en dirigirse a mí era que quería que le prestase el coche.
Desgraciadamente, perdimos las ventajas del talento de Alan cuando le invitamos a ser el ingeniero de nuestro siguiente álbum, ofreciéndole una pequeña cantidad de dinero pero haciéndole ver lo privilegiado que era. Para nuestro asombro, nos rechazó. Movimos compasivamente la cabeza y luego vimos el enorme éxito que tuvo con el disco Tales Of Mystery And Imagination bajo el nombre de Alan Parsons Project, empezando su propia carrera como intérprete.
En un par de años, me junté con un grupo de amigos del barrio que también habían descubierto el rock’n’roll, y nos pareció una idea excelente formar juntos una banda. El hecho de que ninguno de nosotros supiera tocar era sólo un contratiempo menor, ya que tampoco teníamos instrumentos. En consecuencia, decidir quién tocaría qué instrumento era algo parecido a una lotería. Mi única conexión con las baterías era que Wayne Minnow, un amigo periodista de mis padres, me había traído una vez un par de escobillas. Tras el fracaso de mis anteriores lecciones de piano y violín, esto parecía una razón perfectamente legítima para convertirme en batería. Mi primera batería, que adquirí en Chas. E. Foote, en la calle Denman, en el Soho, incluía un bombo Gigster, una caja de edad y marca indeterminadas, un charles, platos y un libro de instrucciones sobre los misterios de los diversos redobles y ritmos (los cuales aún estoy intentando desentrañar). Equipado con este apabullante arsenal me uní a mis amigos para formar The Hotrods.
El grupo incluía a Tim Mack, a la guitarra solista, Wilfiam Gammell, a la rítmica, y Michael Kriesky, al bajo. También alardeábamos de saxofonista, John Gregory, aunque su saxo, que era anterior a la estandarización de los saxos para conciertos a 440 ciclos por segundo, era medio tono más alto que los modelos nuevos, y por consiguiente no podía tocarse en un conjunto. Michael, con nuestra ayuda, se había construido el bajo desde cero. Francamente, hubiésemos tenido más éxito los sajones construyendo una sonda espacial, pero al menos conseguimos el vago aspecto exterior de un instrumento. Aunque pudimos conseguir algunos amplificadores, éstos eran tan penosos que cuando posamos para una sesión de fotos, nos vimos obligados a simular la caja de un Vox utilizando una caja de cartón y un bolígrafo.
Y haciendo el audiolibro he disfrutado convirtiéndolo en audio-libro-musical con su banda original y todo. Cosa fina, tú.
La gratitud en silencio no sirve a nadie. A ver si participamos más.